La noción del heroísmo está fincada en el ámbito nuestro desempeño social, cultural y más precisamente en la experiencia de los privilegios desde los orígenes de los pueblos y sus culturas. Con un poco más de precisión aparece un heroísmo de míticos privilegios a través de la sublimación del dolor y las desgracias en la cultura helenística. De ahí surge el heroísmo ejemplificante que las religiones adoptan bajo las categorías de mártires, santos y los guerreros y militares trasladan al escenario de las confrontaciones bélicas para denotar otros comportamientos excepcionales. Después de la incepción de los Derechos Humanos como principio de igualdad entre los humanos la noción de heroísmo adquiere un tinte político. Se desmitifica y se desmilitariza y se populariza.
No obstante, las acciones excepcionales que individuos específicos hacen en pro de sus comunidades o de la humanidad entera son usualmente invisibles a menos que alguien las use con el propósito de tener un mejor rating o audiencia como un perendengue comercial. Son esas acciones de individuos invisibles excepcionales las que tienen el mérito, ya no del privilegio sino el valor de la renuncia, la humildad, la perseverancia y la confianza en el otro para hacer prevalecer términos humanos como los de compasión, protección y el cuidado por otros y por el entorno antes que por ellos mismos.
Se adapta esta nueva versión del heroísmo a esta mediatizada visión del héroe médico de la pandemia contemporánea? No responde esta misma versión a una necesidad de expiar un engendro de la culpa de la desigualdad social, y adquiere un tono subconciente de chivo expiatorio?
Pero veamos la realidad del heroísmo del oficio de todo el personal sanitario en Colombia, si es que tanto nos interesa este fenómeno. Lo primero que hay que decir, en consonancia con todo lo que ocurre con el diagnóstico de la situación de salud en nuestro país, es que no la conocemos bien. Tenemos asociaciones de hechos e información derivada y secundaria, pero nunca se ha generado una información primaria suficiente, sólida, metodológicamente confiable y mucho menos, útil para procesos de planeación en estrategias de intervención en salud ni de promoción del recurso humano en salud, en todas sus dimensiones.
Evidentemente existen algunos datos y estudios que tienen el mérito de haber investigado sobre recurso humano en salud en el ambiente hospitalario estatal y parcialmente el privado analizando condiciones laborales y de educación. En este sentido una de las publicaciones más valiosas es Oferta y Demanda de Recursos Humanos en Salud en Colombia. Se trata de un extensivo documento realizado por un equipo colaborativo de la Facultad Nacional de Salud Pública de la Universidad de Antioquia y el Ministerio de Salud del año 2007 en el que categoriza todo el recurso humano en salud disponible (no solo médicos) por sectores geográficos para relacionarlos con otras categorías que van principalmente al ámbito laboral para finalmente relacionarlos con condiciones de la demanda pero contemplada desde el plan de beneficios del sistema de aseguramiento y desde las necesidades de los aseguradores y de las instituciones prestadoras del servicio. La limitación fundamental es que no se contempla una fuente de información independiente que dé cuenta de las necesidades de salud de la población, no las de los ejecutores de la operación y que acaban excluyendo las de los usuarios; pero ese es otro cuento más grave aún. Por supuesto existen registros estatales, otorgados en concesión a desarrolladores privados gremiales separados por profesiones, que acopian información de buena parte del recurso humano en salud. Esa información solo da cuenta de condiciones de educación y certificación estatal.
De casi toda la información existente, primaria y secundaria, no sorprende llegar a conclusiones que son habituales a cualquier otro sector de la realidad nacional. Pero en esos tres fundamentales en la que la responsabilidad estatal es ineludible: salud, educación y seguridad, las conclusiones no son diferentes: es evidente una limitada e ineficaz intervención estatal desde la inversión y desde la ejecución de la operación misma para cumplir la misión. A su vez se evidencia una acción de regulación y normatización en proceso de mejoramiento pero con una muy alta, riesgosa y conveniente dependencia del voraz sector privado en todas las dimensiones de su función.
Esta situación se traduce en que, desde lo laboral, en el recurso humano en salud en Colombia existen condiciones de privilegios y otras de limitadas posibilidades y recursos. Si a ello le agregamos la limitada posibilidad de una capacitación de alta calidad en todas las profesiones “paramédicas” desde auxiliares de enfermería, terapeutas y rehabilitadores, promotores de salud y saneamiento, higienistas, etc., la situación es verdaderamente deplorable. En esto me atrevo a esta sentencia específica: En general, la universidad privada desconoce estas profesiones por no representar un segmento de alto rédito. El Estado y la Universidad Pública apenas se encargan de producir profesionales o técnicos con grandes limitaciones en el proceso y a costa de esfuerzos individuales que no corresponden.
Esta pandemia ha hecho ver lo útil y valioso del personal de salud especializado, no solo médico, sino de enfermería, de bacteriólogos o especialistas en laboratorio clínico, epidemiólogos y salubristas, virólogos y biólogos. Pero también debe hacer visible toda la labor del ejército de cuidadores de primeria línea que son los que siempre están en contacto con los pacientes, con las personas y sus necesidades básicas y específicas, y que nunca abandonan su oficio por una mezcla de necesidad, solidaridad y compasión, que nunca reciben el reconocimiento del sistema, nunca aparecen en las noticias ni en las estadísticas, nunca son los protagonistas del glamur mediático y solo reciben el trato de “héroes” por una acción derivada del privilegio de otros.
Hemos estado en una deuda antigua con nosotros mismos en procurarnos una sociedad, un sistema de salud fuerte en cuidadores de primera línea. Estamos en una deuda actual con aquellos que hoy son invisibles en su oficio. Debemos reconocer a auxiliares de enfermería y de laboratorio clínico, terapistas respiratorios, de rehabilitación, ocupacionales, de lenguaje, instrumentadores quirúrgicos, camilleros y patinadores, técnicos de radiología, electrocardiografía y electroencefalografía, técnicos de la morgue y patología, regentes y auxiliarles de farmacia, nutricionistas y auxiliares de nutrición, cuidadores de geriátricos y de casas de adopción, administradores de servicios hospitalarios, secretarias y auxiliares administrativos hospitalarios, auxiliares de limpieza e higiene hospitalaria, técnicos y auxiliarles en vigilancia hospitalaria. Si pensamos unos minutos en un cómo es la hora más demandante de su trabajo diario durante esta pandemia y los días que la precedieron, hallaremos que existen rasgos de verdadero heroísmo.
No podemos dejar pasar estas páginas particulares de nuestra historia sin empezar a transformarnos en una sociedad con cuidadores primarios sólidos, confiables, bien entrenados; en condiciones laborales no solo dignas sino atractivas para quienes tengan la vocación, con una conciencia clara del valor insuperable de la vida humana y sus condiciones. O será que después de un largo tiempo, cuando las condiciones permitan una vida social menos restringida, cuando el nivel de ansiedad permita volver a ocuparnos de las cosas intrascendentes de la vida, cuando hayamos llorado los muertos y se nos olviden todas las pérdidas posibles volveremos a esa normalidad en la que no necesitamos héroes, a menos que nos ocurra otra desgracia colectiva?
No obstante, las acciones excepcionales que individuos específicos hacen en pro de sus comunidades o de la humanidad entera son usualmente invisibles a menos que alguien las use con el propósito de tener un mejor rating o audiencia como un perendengue comercial. Son esas acciones de individuos invisibles excepcionales las que tienen el mérito, ya no del privilegio sino el valor de la renuncia, la humildad, la perseverancia y la confianza en el otro para hacer prevalecer términos humanos como los de compasión, protección y el cuidado por otros y por el entorno antes que por ellos mismos.
Se adapta esta nueva versión del heroísmo a esta mediatizada visión del héroe médico de la pandemia contemporánea? No responde esta misma versión a una necesidad de expiar un engendro de la culpa de la desigualdad social, y adquiere un tono subconciente de chivo expiatorio?
Pero veamos la realidad del heroísmo del oficio de todo el personal sanitario en Colombia, si es que tanto nos interesa este fenómeno. Lo primero que hay que decir, en consonancia con todo lo que ocurre con el diagnóstico de la situación de salud en nuestro país, es que no la conocemos bien. Tenemos asociaciones de hechos e información derivada y secundaria, pero nunca se ha generado una información primaria suficiente, sólida, metodológicamente confiable y mucho menos, útil para procesos de planeación en estrategias de intervención en salud ni de promoción del recurso humano en salud, en todas sus dimensiones.
Evidentemente existen algunos datos y estudios que tienen el mérito de haber investigado sobre recurso humano en salud en el ambiente hospitalario estatal y parcialmente el privado analizando condiciones laborales y de educación. En este sentido una de las publicaciones más valiosas es Oferta y Demanda de Recursos Humanos en Salud en Colombia. Se trata de un extensivo documento realizado por un equipo colaborativo de la Facultad Nacional de Salud Pública de la Universidad de Antioquia y el Ministerio de Salud del año 2007 en el que categoriza todo el recurso humano en salud disponible (no solo médicos) por sectores geográficos para relacionarlos con otras categorías que van principalmente al ámbito laboral para finalmente relacionarlos con condiciones de la demanda pero contemplada desde el plan de beneficios del sistema de aseguramiento y desde las necesidades de los aseguradores y de las instituciones prestadoras del servicio. La limitación fundamental es que no se contempla una fuente de información independiente que dé cuenta de las necesidades de salud de la población, no las de los ejecutores de la operación y que acaban excluyendo las de los usuarios; pero ese es otro cuento más grave aún. Por supuesto existen registros estatales, otorgados en concesión a desarrolladores privados gremiales separados por profesiones, que acopian información de buena parte del recurso humano en salud. Esa información solo da cuenta de condiciones de educación y certificación estatal.
De casi toda la información existente, primaria y secundaria, no sorprende llegar a conclusiones que son habituales a cualquier otro sector de la realidad nacional. Pero en esos tres fundamentales en la que la responsabilidad estatal es ineludible: salud, educación y seguridad, las conclusiones no son diferentes: es evidente una limitada e ineficaz intervención estatal desde la inversión y desde la ejecución de la operación misma para cumplir la misión. A su vez se evidencia una acción de regulación y normatización en proceso de mejoramiento pero con una muy alta, riesgosa y conveniente dependencia del voraz sector privado en todas las dimensiones de su función.
Esta situación se traduce en que, desde lo laboral, en el recurso humano en salud en Colombia existen condiciones de privilegios y otras de limitadas posibilidades y recursos. Si a ello le agregamos la limitada posibilidad de una capacitación de alta calidad en todas las profesiones “paramédicas” desde auxiliares de enfermería, terapeutas y rehabilitadores, promotores de salud y saneamiento, higienistas, etc., la situación es verdaderamente deplorable. En esto me atrevo a esta sentencia específica: En general, la universidad privada desconoce estas profesiones por no representar un segmento de alto rédito. El Estado y la Universidad Pública apenas se encargan de producir profesionales o técnicos con grandes limitaciones en el proceso y a costa de esfuerzos individuales que no corresponden.
Esta pandemia ha hecho ver lo útil y valioso del personal de salud especializado, no solo médico, sino de enfermería, de bacteriólogos o especialistas en laboratorio clínico, epidemiólogos y salubristas, virólogos y biólogos. Pero también debe hacer visible toda la labor del ejército de cuidadores de primeria línea que son los que siempre están en contacto con los pacientes, con las personas y sus necesidades básicas y específicas, y que nunca abandonan su oficio por una mezcla de necesidad, solidaridad y compasión, que nunca reciben el reconocimiento del sistema, nunca aparecen en las noticias ni en las estadísticas, nunca son los protagonistas del glamur mediático y solo reciben el trato de “héroes” por una acción derivada del privilegio de otros.
Hemos estado en una deuda antigua con nosotros mismos en procurarnos una sociedad, un sistema de salud fuerte en cuidadores de primera línea. Estamos en una deuda actual con aquellos que hoy son invisibles en su oficio. Debemos reconocer a auxiliares de enfermería y de laboratorio clínico, terapistas respiratorios, de rehabilitación, ocupacionales, de lenguaje, instrumentadores quirúrgicos, camilleros y patinadores, técnicos de radiología, electrocardiografía y electroencefalografía, técnicos de la morgue y patología, regentes y auxiliarles de farmacia, nutricionistas y auxiliares de nutrición, cuidadores de geriátricos y de casas de adopción, administradores de servicios hospitalarios, secretarias y auxiliares administrativos hospitalarios, auxiliares de limpieza e higiene hospitalaria, técnicos y auxiliarles en vigilancia hospitalaria. Si pensamos unos minutos en un cómo es la hora más demandante de su trabajo diario durante esta pandemia y los días que la precedieron, hallaremos que existen rasgos de verdadero heroísmo.
No podemos dejar pasar estas páginas particulares de nuestra historia sin empezar a transformarnos en una sociedad con cuidadores primarios sólidos, confiables, bien entrenados; en condiciones laborales no solo dignas sino atractivas para quienes tengan la vocación, con una conciencia clara del valor insuperable de la vida humana y sus condiciones. O será que después de un largo tiempo, cuando las condiciones permitan una vida social menos restringida, cuando el nivel de ansiedad permita volver a ocuparnos de las cosas intrascendentes de la vida, cuando hayamos llorado los muertos y se nos olviden todas las pérdidas posibles volveremos a esa normalidad en la que no necesitamos héroes, a menos que nos ocurra otra desgracia colectiva?
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